lunes, 20 de junio de 2011

El tiempo, Los Hombres Grises y los libros de autoayuda

De un tiempo a esta parte, tengo mucho miedo. Veo sus rostros cenicientos acechando tras las esquinas, sus relojes perfectamente sincronizados y su caminar errático en busca de minutos que usurpar. La pesadilla que Michael Ende relataba en Momo, se ha hecho realidad. Sólo que de este chaparrón, no nos salvarán ni una misteriosa niña mendiga, ni una tortuga clarividente ni, mucho menos, un paternalista Maestro Hora. Nadie vela por nuestro tiempo y a nadie le importa que nos lo quiten. Nosotros mismos, lo vendemos alegremente con la inconsciencia de aquel que vendió su alma al diablo. Pero no importa, siempre habrá algún libro de autoayuda que nos haga creer que nuestra aterradora realidad es mentira.
También tengo miedo de ellos. De todos aquellos antiguos amigos afectadamente depresivos que han cambiado su semblante nostálgico y atormentado por una sonrisa de pegatina que han adquirido en uno de esos manuales de bolsillo del Vips. No son felices, alguien les dice que lo son y se lo creen. Es más, se convierten en el portavoz  del gurú de turno y repiten literalmente su retahíla insufrible. Se expresan sin alma, son criaturas de ojos apagados diciendo grandes cosas que nada tienen que ver con ellos mismos: “Soy poderoso, soy capaz de todo”, “El Universo conspira a mi favor”, “Uno es lo que quiere ser”…
Tengo miedos de unos y otros porque son la misma cosa: Devoradores de tiempo, muertos de inanición horaria. Una de las excusas para vender alegremente el minutero es no poder aguantarse a sí mismo. Una vez desprovisto de tiempo, el hombre se inventa el estrés, que es como una novia plasta a la cual no se soporta, pero sin la que no se puede vivir. Y todos están ocupadísimos con sus vidas y regodeándose en lo sumamente importantes que son. Ellos lo saben y el Universo, también.

4 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo, Bego. Me parece una falta de respeto que, con los años, todos mis amigos se hayan vuelto felices, mientras yo sigo dando vueltas en gloriosos pero amargos círculos concéntricos. Me da igual si su sonrisa es fingida o de pegatina, si han leído ese pseudolibro llamado El Secreto, pero es absolutamente intolerable, además de injusto, que la felicidad les recorra (o finja recorrerles) a diario como un flujo de savia electrizada, y a mí sólo venga a visitarme de vez en cuando. Es la diferencia, supongo, entre ser feliz a ratos e infeliz a veces, y ser un tonto del culo injustificadamente satisfecho. Pero a mí, personamlemten, no me dan miedo, me dan envidia.

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  2. ¿Pero por qué te sientes tan triste, Dryden? Por profundo que sea el agujero, siempre se sale, o eso te deseo. Gracias por comentar

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  3. Pues mi cabecita dice que sería maravilloso dejar de escarbar y salir del agujero para empezar a ser feliz. Pero el chip está agotado en la tienda a la que voy; tendré que buscarme otra con un muestrario más amplio.

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  4. El muestrario lo tienes dentro de la cabeza, Dryden. Sólo tienes que cambiar el personaje que interpretas. Yo hice eso. No se puede decir que sea la panacea (ahora soy la mar de insensible), pero, al menos, ayuda a seguir adelante. Un abrazo y gracias por estar aquí.

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