sábado, 22 de noviembre de 2008

Nada importante

Escribo porque quiero distanciarme de los abismos que me cercan. Me he puesto delante una copa de vino y me han puesto detrás el persistente sonido de un estropajo frotándose ardorosamente con una sartén. Cierto es que podría hacer que la música sonase y acallar los rumores domésticos para siempre. Pero prefiero oir aquello que los demás no pueden y es por eso que amplifico los gemidos de mi desastroso corazón y es por eso que no aislo el sonido de los amores entre acero y vajilla. Ahora mismo, sólo me importa distinguirme. Y lo que ocurrirá es que si me ven aquí sentada, golpeando las teclas frenéticamente como si fuera una pianista loca arrancando una melodía incomprensible, repararán en mi existencia y se preguntarán quién soy. Y entonces, habré vuelto a la vida en los ojos de los demás y ya no seré muerte al menos por este instante.También podría ser que no me viesen más que como un simple objeto decorativo (y no me estoy tirando flores de belleza), sino que hablo más bien de esos objetos africanos exóticos, que, si bien no agradan a nadie, también es cierto que uno no puede dejar de mirarlos por lo raros que son.

Observo las gotas de vino que se han derramado sobre la base de la copa y no deja de asombrarme su extraordinario parecido con la sangre. Llevo tanto tiempo sin ver mi sangre que me había olvidado ya de como era. Ahora la miro, seca sobre el cristal. Inmunda y enojosa, como cualquier otra mancha que evidencie nuestra imperfección y nuestra desagradable humanidad. Veo como se desliza bajo la copa, como se extiende sobre la mesa y pienso que siempre ha de ser así. Que la sangre, al final, siempre llega al río y que el río, por los designios que la Naturaleza le ha impuesto, ha de llegar al mar. Imagino mis gotas de sangre diluidas en el mar, como pequeñas rosas luchando por su vida en la cresta de la ola. Y las veo naufragar una y otra vez y no son nada. Porque allí, en el mar, no somos nada ya. Porque el cristal sólo es el agua de un gigante observada desde un microscopio. Contemplo a la Muerte una y otra vez y nadie más lo sabe, y nadie más lo siente y nadie más la conoce ¿Por qué?Porque todos están ciegos a causa del resplandor de las juveniles pieles y no saben que, debejo de ésta, como una ponzoña, late la sangre ya desde nuestro nacimiento derramada.

Diré,para terminar y para despistar, que soy feliz. Pero, muchas veces necesito no serlo para recuperar la cordura. Besos desde el purgatorio.