domingo, 3 de julio de 2011

Muerto y ¿enterrado?

Podría el corazón morírseme de viejo en este mismo instante y no me importaría. Ha sufrido este pobre más sobresaltos que cien hordas de adolescentes en primavera y se me ha desgastado por frecuencia de uso y por devastadoras catástrofes líricas.
Hubo un tiempo en que los cadáveres descompuestos del amor campaban por él a sus anchas y se comían mis remiendos con sus afilados dientes de noche. Pero los zombies también migraron a otra parte, como aquellas oscuras golondrinas que, en su día, abandonaron a uno de esos que me lavó el cerebro plantando en mi seno melancolía por los fantasmas.
Hoy miro dentro y sé que todo fue peripecia de personaje barato, hijo de metáforas y de guiones de películas malas.
Hoy sé que todo se desvanece cuando cae el telón y comprendo que estamos absolutamente solos con nuestro único dios: Nosotros mismos. Y lo peor, es que hallo en la evidencia una paz que nunca había conocido y la felicidad chiquita del que está en paz.
Quizá se haya muerto ya y es probable que lo estén royendo los gusanos de la impiedad...
¡Maldito sea el chamán que me lo resucite!